viernes, 3 de febrero de 2012

Crónica de alertas


En la calle la gente salía precipitadamente de sus casas. El pánico en sus caras se dibuja mientras corrían en busca del refugio. La sirena tronaba y las luces de los equipos de emergencia llenaban la calle. Una orquesta tocaba en un balcón mientras que del mismo se descolgaba los que moraban en la casa. “Ancianos mascotas niños mujeres y yo primero” gritaba alguien que decía ser capitán en otro portal.
Corrí como un poseso entre el llanto de la muchedumbre. La desbandada era total. En mi cabeza resonaba la voz del experto de la radio enumerando el sufrimiento que se nos venía encima. Los artículos que había leído acerca de las consecuencias me daban más energías para alcanzar la meta. El refugio. Ya no debía quedarme mucho tiempo antes de que el infierno cayese en nuestras cabezas.     
La gente La sirena bramó por todo el pueblo. Estaba medio adormilado y me costó entender lo que debía hacer. Recordé lo que repetían una y mil veces la tv y la radio; correr al refugio más cercano. Primero corrí hasta la puerta y salí precipitadamente a las escaleras. Luego corrí de nuevo a la puerta para ponerme algo de ropa. Me puse la camiseta y el pantalón corto y corrí de nuevo a las escaleras. El miedo a la muerte no me dejaba pensar. La sirena no ayudaba a serenarme. Corrí otra vez hacia mi Kelly porque recordé que me dejaba al perro. 
se agolpaba en la entrada del refu empujándose y golpeándose para acceder al cobijo de su interior. Empujé a una ancianita, golpeé a un adorable niño de angelicales ojos llorosos que preguntaba por su madre, pasé por encima de unas monjitas, pateé 2 osos de peluche  y le metí los dedos en los ojos a un perrito hasta que logré entrar en el maldito refugio. Lo que fuese con tal de no quedarme fuera a merced del horrible destino que autoridades y medios de comunicación nos habían advertido.
Pensaba encontrarme a salvo cuando entró un equipo de rugby y se hicieron huecos. Yo ocupaba el de uno de ellos así que a pesar de mis mordiscos y arañazos me sacaron. La puerta se cerró dejándonos en el exterior. Estábamos acabados. La desesperación me hizo llorar, gritar y suplicar que abriesen la puerta antes de perjurar de un Hacedor que permitiese esto y de un gobierno que nos haya llevado a esta situación. Lo típico antes de morir. Luego recé junto con un grupo de gente que se arremolinaba alrededor de un cura y 2 monjitas (una de ellas con un ojo morado..).
Entonces paró una furgoneta delante de nosotros. De ella se bajo un anciano tranquilamente. Se le veía sereno ante semejante circunstancia. Sacó una bolsa enorme y repartió entre la asustada gente prendas de abrigo. Cuando me tocó el turno me dio  un anorak y un gorro, me aconsejó que pusiese las manos dentro de los bolsillos cuando llegase el momento y que bajo ninguna circunstancia me metiese en una piscina o encendiese un ventilador. “¿Pero qué momento?” supliqué yo. “Cuando llegue el frio” me respondió. Volví a golpear la entrada del refugio anti-frio para que me dejasen entrar y me alejaran del frío y del viejo loco.
Desde hoy, para Pirineo total mañana; Rustav Cristiania.
 
“Glaciación. De los productores de ola de calor y los actores de alerta máxima que llueve”

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